Las fotos de bosques son un clásico. Los árboles cambian de aspecto a lo largo del año, y uno casi se podría pasar una vida (fotográfica) entera sacando la misma foto de distintas maneras.
Hace años, se podría decir que el contrapunto a la rutinaria vida universitaria era la montaña, que ponía la sal y la pimienta a mi existencia. Nunca fui lo que se podría decir un experto montañero, pero las salidas pirenaicas eran lo que para un burro supone una zanahoria. En cuanto terminaban los exámenes y había un poco de tranquilidad, me fugaba a los Pirineos. Así, ciertas escapadas con amigos, junto con los campamentos veraniegos de mi colegio como monitor del club de montaña, fueron sirviendo para conocer lo más bonito de Aragón: Aspe, Midi d'Ossau, Balaitus, Infiernos, Monte Perdido, Taillón, Vignemale, Posets, Aneto, Mulleres, etc.
Posteriormente, la vida se fue complicando y dejé de hacer el deporte de mantenimiento de rigor para seguir disfrutando de la montaña. En el camino, también se cayó la fotografía, ya que la Pentax SuperA que me acompañaba era fantástica pero muy pesada.
El año pasado fui con un compañero de trabajo al Mallo de Acherito, en el extremo occidental de Huesca. La experiencia deportiva fue penosa, pero salieron algunas fotografías bonitas con mi G9, como esta.
Técnicamente, la fotografía no tiene más secreto que colocar la cámara a la sombra de uno de los troncos, y ajustar la exposición (-2/3 EV) para que la menor parte del cielo quede quemada manteniendo un contraste adecuado en los árboles y sus sombras. La luz de la mañana y las texturas de las ramas peladas de los árboles sobre el cielo azul, junto con la corteza de los árboles hacen el resto.
Hace años, se podría decir que el contrapunto a la rutinaria vida universitaria era la montaña, que ponía la sal y la pimienta a mi existencia. Nunca fui lo que se podría decir un experto montañero, pero las salidas pirenaicas eran lo que para un burro supone una zanahoria. En cuanto terminaban los exámenes y había un poco de tranquilidad, me fugaba a los Pirineos. Así, ciertas escapadas con amigos, junto con los campamentos veraniegos de mi colegio como monitor del club de montaña, fueron sirviendo para conocer lo más bonito de Aragón: Aspe, Midi d'Ossau, Balaitus, Infiernos, Monte Perdido, Taillón, Vignemale, Posets, Aneto, Mulleres, etc.
Posteriormente, la vida se fue complicando y dejé de hacer el deporte de mantenimiento de rigor para seguir disfrutando de la montaña. En el camino, también se cayó la fotografía, ya que la Pentax SuperA que me acompañaba era fantástica pero muy pesada.
El año pasado fui con un compañero de trabajo al Mallo de Acherito, en el extremo occidental de Huesca. La experiencia deportiva fue penosa, pero salieron algunas fotografías bonitas con mi G9, como esta.
Técnicamente, la fotografía no tiene más secreto que colocar la cámara a la sombra de uno de los troncos, y ajustar la exposición (-2/3 EV) para que la menor parte del cielo quede quemada manteniendo un contraste adecuado en los árboles y sus sombras. La luz de la mañana y las texturas de las ramas peladas de los árboles sobre el cielo azul, junto con la corteza de los árboles hacen el resto.
Canon Powershot G9
Apertura: f/3.2
Exposición: 1/60
Lente: 7.4 mm
ISO: 80
Un bonito contraluz... muy bien ajustado... con la dificultad de la nieve
ResponderEliminarAdemás tb me veo reflejado en tu historia... la vida universitaria y el Pirineo iban de la mano... ahora ni estudios ni monte... tan sólo fotos y paseos...
Un saludo... Paco