2010/11/02

Sobre cocineros y otras profesiones

Desde hace un tiempo, he seguido con cierta atención la forma en que trabajan Ferrán Adriá y Andoni Aduriz, cocineros responsables de El Bulli y Mugaritz respectivamente, dos de los restaurantes de mayor impacto mediático del mundo.

Ambas son dos personas de éxito cuyos negocios proyectan imagen de marca: investivación, productos de la máxima calidad, y creo que se podría decir que también aportan cierta ética de la cocina que pone en el centro de su trabajo la experiencia personal del comensal.

Aunque me da la impresión de que el mundo profesional de la cocina valora a ambos como dos de los mejores cocineros del momento y prácticamente al mismo nivel, tengo la sensación de que el vulgo sitúa un peldaño por encima al maestro Adriá por encima del discípulo aventajado Aduriz. No tengo una opinión formada sobre esta cuestión para saber quién de los dos es realmente mejor, pero sí creo que posiblemente Adriá esté no uno, sino varios pasos por delante de Aduriz en comunicación y difusión de su trabajo. Y es este aspecto, la comunicación, uno de los más importantes que un profesional debe cuidar si quiere ser considerado realmente de primer nivel.

La importancia de realizar una buena venta del trabajo propio me recuerda a otro ámbito del que tengo algo más de conocimiento: el investigador científico. Algunos son considerados como personalidades de primer nivel tal vez no tanto por la calidad o profundidad de su trabajo, sino por las artes que utilizan para difundir su idea de marca. Por el contrario, otras mentes realmente brillantes permanecen más o menos ocultas porque no buscan destacar, no se esfuerzan en hacerlo, o simplemente porque su capacidad de comunicación es menor. Así pues, entre los más humildes científicos a veces se encuentran personas brillantes, con una idea ética de la vida absolutamente admirable. Por ejemplo, el ruso Grigori Perelman, demostró la hipótesis de Poincarè y se hizo valedor del mayor honor al que un matemático puede optar, la Medalla Fields, que rechazó amablemente a pesar de la insistencia de los promotores:

"Todo el mundo entiende que, si la demostración es correcta, entonces no se necesita ningún otro reconocimiento".

Además, dado que la hipótesis de Poincarè era uno de los Problemas del Milenio, también pudo rechazar el millón de euros que le correspondía de premio, y vive casi como un indigente en las afueras de Moscú, rodeado simplemente de sus vecinos de toda la vida:

"No quiero estar en exposición como un animal en el zoológico. No soy un héroe de las matemáticas. Ni siquiera soy tan exitoso. Por eso no quiero que todo el mundo me esté mirando".

Otro ejemplo notabilísimo del que no me puedo olvidar es el de Manuel Elkin Patarroyo, un médico que ha puesto su trabajo al servicio de la Humanidad muy por encima de su propio interés económico personal.

Por supuesto, también existen gurús oscuros de brillantes expedientes construidos sobre medias verdades y talentos ajenos. Son trepas de sonrisa fácil y palabras amables a los que vale más vigilar de cerca que temer de lejos. Triunfan, porque esto no es una película de Hollywood, y así, alimentan su ego y su bolsillo a partes iguales.

Claro que todos tenemos un ego que alimentar. Solemos presumir siempre de las amistades exitosas, con muchos títulos y grandes puestos, pero no de esos buenos y fieles amigos, que discretamente permanecen a lo largo del tiempo sin necesidad de grandes alardes. Presumimos incluso aunque intuyamos vagamente que la verdadera riqueza se encuentra -dicho incluso por el mismísimo Gordon Gekko en la mediocre Wall Street 2- en el tiempo y lo que con él hacemos.

mugaritz

Canon EOS 50D
Sigma 18-50 mm f/2.8
Apertura: f/5.6
Exposición: 1/125
Lente: 18 mm
ISO: 800

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